domingo, 9 de octubre de 2011

¿Por qué cuesta tanto?


¿Quién no se ha hecho esta pregunta antes?
Todos hemos luchado muchas veces con diferentes cosas en nuestra vida que nos hacen pensar en qué no podemos más. Que es demasiada cuesta arriba lo que vivimos, que pareciera más fácil abandonar todo que seguir.
Nos ponemos en el plano de lo imposible, del lado donde la luz llega poco y las sombras son más constantes en nuestra vida, donde es fácil perderse, perderse en la mediocridad o en el desánimo. 
¿Por qué cuesta tanto?... vivir, salir a delante, dejar ese pecado, leer la Biblia, orar, ofrendar, ir a la iglesia… ¿Por qué cuesta tanto? Hablar con mis padres, mirar a los ojos a un hermano, perdonar… y la lista podría ser interminable. 

En lo personal, creo que gran parte del problema nace en uno mismo. No tengo una mentalidad derrotista, ni masoquista, ni mucho menos soy de aquellos que se hacen los humildes y quieren llevarse toda la culpa y las cargas como mártires. Pero sí, creo que muchas veces el problema surge en la forma en que yo enfrento la vida, la manera en que miro los problemas y respondo a ellos. Gran parte del problema soy yo. Porque no quito la mirada de mí mismo. Una y otra vez me observo, me contemplo, veo mis problemas y dificultades, mis pecados, mis enfrentamientos con otros y los acaricio, los acomodo junto a mi cabeza en la almohada, les doy un poco de calor y les canto alguna canción de cuna, porque me gusta sentirme así; lastimado por otros, ofendido, víctima de las injusticia, escoria de mi iglesia y menospreciado por Dios por mi pecado. 
Piensa un poco en tu reacción ante las diferentes cosas que te afectan y dime si no hay algo de esto en tu forma de vivir. Te voy a dar un versículo bíblico para que lo entiendas mejor:

Filipenses 2:21  Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús.

El apóstol Pablo dice esto en el contexto de que nadie tenía el mismo interés que él, por las demás personas, que Timoteo. Pablo dice: “todos están tan ocupados en sus propios asuntos que no buscan hacer lo que Cristo Jesús quiere que hagamos”.

Desde este punto de vista, una persona que se mira constantemente así mismo se encuentra con la realidad de que no puede nunca ser feliz, siempre le falta algo y todos están en su contra. Hasta Dios, cuando pasa por una prueba siente que Dios le está golpeando. Cuando no tiene fuerzas para dejar un pecado piensa que es tan mal hijo que Dios no lo perdona y que el Espíritu Santo no lo asiste. En fin, cuando una persona se mira así mismo es infeliz y la realidad es que sí lo es.
Un hijo de Dios que pierde el objetivo en su vida, deja de buscar las cosas de arriba, deja de añorar su patria celestial, pronto se ve en las tenues veredas del desconsuelo y la tristeza, porque dejó de mirar a Cristo, La Luz del mundo y se miró así mismo.

¿Por qué cuesta tanto? Porque me preocupo más y más en mí que en Cristo Jesús. Si viera cada día los intereses de Cristo, si estuviera más involucrados en “los negocios de mi Padre” todo lo demás se esfumaría como la niebla, simplemente pasaría a otro plano de mi vida, porque Cristo gobernaría mi día a día. Si hiciera lo que Cristo me mandó: "amar a los demás" estaría más ocupado en los demás en sus necesidades y en cómo podría ser yo un instrumento de Dios para su vida, que en mis propios problemas.

Filipenses 2:3  Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo;
4  no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.

No te mires a ti mismo cuando tienes a un Dios esplendido a quien contemplar, a Cristo salvando vidas a quien honrar, a su Espíritu Santo produciendo frutos a quien sujetarte. ¿No te parece perder el tiempo mirar los pequeños puntos negros en un tapiz hermoso que Dios ha hecho de tu vida? Por eso cuesta tanto, porque en nuestras débiles fuerzas jamás podremos alcanzar la victoria, pero en Cristo Jesús somos más que vencedores.

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