Es más, a veces pensamos que hasta que no aparezcan estas consecuencias, realmente no hemos pecado. Creemos que hay una línea de tolerancia, donde Dios soporta y soporta y soporta nuestra desobediencia, hasta que cansado se levanta y nos da un castigo. Pero esto está muy lejos de la verdad.
Las consecuencias del pecado son propias del pecado,
es parte de él. Independientemente de la disciplina que Dios nos pueda dar. El pecado
lleva consigo las consecuencias; si tengo relaciones sexuales fuera del
matrimonio, lo natural es que pueda haber un embarazo o me contagie de alguna
enfermedad. Si consumo alcohol puedo sufrir enfermedades por ello. Si apuesto
voy a perder mi dinero, si como en exceso voy a engordar, no es un castigo de
Dios, es el resultado de mis acciones.
Dios no te dio un hijo a los 17 años porque quiere castigarte.
Un hijo es una bendición de Dios, la forma en que lo tienes puede ser la
desagradable. Dios no te da SIDA porque andas de prostíbulo en prostíbulo, esa
es una enfermedad que puedes tenerla hasta en un centro de salud, por no usar
una aguja esterilizada. Las consecuencias son casi como la física y las matemáticas,
son calculables, son parte de las estadísticas, puedes saber que dos más dos
son cuatro y siempre serán así, si metes los dedos en los enchufes te va a dar
corriente; no hay ningún misterio en eso.
Las consecuencias invisibles del pecado son: la pérdida de comunión,
la pérdida de gozo, el estancamiento en la vida espiritual. La confusión en la
vida, no saber qué hacer ni para dónde ir porque no tenemos la dirección de
Dios, estamos solos y sin rumbo.
Lamentaciones 5:15 Cesó el gozo de nuestro corazón;
Nuestra danza se cambió en luto.
5:16 Cayó la corona de nuestra cabeza;
¡Ay ahora de nosotros! porque pecamos.
El pueblo de Israel aprendió esto de la manera más
dura, sus vidas llegaron a ser menos que pobres, su esperanza estaba agotada,
su gozo había terminado y sus favores acabados. ¿por qué? Por el pecado.
Dios rechaza el pecado, cualquiera sea. Lo condena,
hace arder su ira y su juicio viene sobre el pecador irremediablemente. Pero Cristo
llevó nuestros pecados sobre sí y sufrió el castigo por nuestros pecados, para
que nosotros seamos perdonados. Por eso Dios no nos castiga, sino que
disciplina a aquellos hijos que han pecado nuevamente. El castigo cayó sobre
Jesús y yo soy justificado.
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