Me acuerdo que cuando mi
hijo Ariel era pequeño solía jugar a las escondidas y se tapaba los ojos y
pensaba que de esa manera no le veíamos nosotros. Creo que en algunos momentos actúo igual,
tratando de ignorar la situación para ver si desaparece. Pero es ahí cuando
pienso que me dejo vencer. La derrota no siempre quiere decir perder una
batalla, sino muchas veces, no hacer nada ante los problemas.
Una vez vi a un niño
intentar subir a un árbol, estuvo varios minutos tratando y tratando, se cayó,
se raspó, volvió a intentarlo hasta que lo logró. No subió mucho, pero para él
fue todo un triunfo.
Nos cuesta reconocer que
la mayoría de las veces que somos derrotados es por no intentar ir un poco más
allá. Siempre pienso que hay que aguantar un poco más, porque quizá lo que
esperamos o deseamos está a la vuelta de la esquina; a pocos pasos, sólo es cuestión
de darnos unos minutos más. Pero como dije al comienzo, yo también me olvido de
eso y me quedo de rodillas en el polvo.
Siempre hemos leído y
hasta memorizado el pasaje de Isaías cuando habla de tener fuerzas como las águilas.
Pero ¿te has fijado en lo que dice un versículo antes?. Dice que la razón de la
fortaleza es que Dios no es como nosotros; Él no se cansa, no tira la toalla,
no se rinde. Por eso es que va más allá de lo que nosotros podemos y aun nos da
fuerza si lo necesitamos.
Isa 40:28 ¿No has sabido, no has oído que el Dios
eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se
fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.
Isa 40:29 El da esfuerzo al cansado, y multiplica las
fuerzas al que no tiene ningunas.
Cuando pienso en eso, mis
rodillas se fortalecen y creo que tengo la oportunidad de mirar nuevamente
hacia el frente, no por mí, sino por Aquel que no quiere verme derrotado y me
da fuerzas. Inténtalo, confía en Dios y Él te dará de su fortaleza.