¿Te imaginas ese día glorioso cuando de repente mires hacia el frente y
veas su rostro?
La verdad no yo no puedo hacerlo, me cuesta tanto imaginarme al Señor
Jesucristo. No porque no crea en Él o me falte la fe, sino porque es demasiado para
mi mente tan finita. Es algo que supera la dimensión de mi imaginación.
Puedo leer lo que dicen las Escrituras acerca de Él y su venida, cómo se
presentará, cómo lo vio el apóstol Juan, cómo lo describe en Apocalipsis y también
algún profeta del Antiguo Testamento. Pero la verdad es que no puedo. ¿Seré muy
tonto o corto de imaginación?
Toda mi vida pensé que el Señor Jesús se parecía a esos actores de Hollywood.
Siempre con un rostro casi inmutable. En otros momentos me imaginaba a alguien
con cierto aire de severidad porque mi conciencia sucia no me dejaba verlo como
el Buen Pastor sino como el amo enojado. Es más fácil para mí pensar en que
viene como Juez, como el que cabalga, como el que disciplina y no como el
Sanador, Protector y Amoroso novio que viene por su esposa.
Pero esa es mi mente, gracias a Dios. Es mi mente y no la de Dios, quien
tiene otra visión de la realidad, una visión muy diferente a la mía. Una visión
manchada con la sangre de Cristo y no manchada por el pecado como la mía. Una visión
llena de amor y de justificación y no de juicio y venganza.
Estas palabras de amor me hacen reconocer cuán diferente soy a Cristo y
la forma de verme a mí mismo y su gracia.
Cantares 2:14 Paloma mía, que estás en los agujeros de la
peña, en lo escondido de escarpados parajes,
Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz;
Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu
aspecto.
El mayor anhelo de Cristo es ver el rostro de su novia la iglesia, o sea
nosotros. Oír su voz. Nada hay más importante que estar en su presencia,
contarle lo que nos pasa, porque Él desea eso.
Isaías 54:10 Porque los montes se moverán, y los collados
temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz se
quebrantará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti.
Puede ser muy pobre la perspectiva que tengo de lo que soy delante de
Dios, pero en realidad no importa lo que yo piense, sino lo que Dios dice que
soy para Él.
¿Te has puesto a pensar que muchas veces somos mediocres en lo que
pensamos? A veces solamente vemos con la óptica humana y no la del cielo. La que
cuenta el valor de la sangre del Amado y la magnitud del amor que nos tuvo para
pagar tan alto precio.
No puedo imaginarme cómo es su rostro, no puedo imaginarme cómo es el
cielo, sólo puedo leerlo en las páginas de la Biblia y tener una leve idea de
cómo será. Pero de lo que sí estoy seguro, es que un día pondrá su mano sobre
mi hombro, me llamará por mi nombre y me abrazará porque ya me compró con su
sangre, ya me redimió y un día cumplirá su anhelo de tenerme en su presencia al
igual que a ti.
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