“Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos
por mis caminos”. Prov. 23:26
¿Qué podríamos dar a Dios que realmente valga
la pena? ¿Un auto, una casa, un televisor, un juguete preferido? La verdad nada
de eso le interesa más a Dios que el corazón.
Dios quiere tener una relación personal con
nosotros, ser nuestro Padre, nuestro amigo. No necesita cosas materiales, no
necesita que hagamos cosas grandes para Él ni pequeñas, sólo le interesa que
podamos acercarnos a Él y buscarlo día a día.
¿Por
qué Dios quiere nuestro corazón y no nuestros ojos o nuestra boca?
Porque en el corazón están nuestros
sentimientos, y quiere que le amemos profundamente.
Porque del corazón salen nuestros deseos y si amamos
a Dios buscaremos las cosas que le agradan a Él.
Porque el corazón gobierna nuestros
pensamientos, y si tenemos nuestro corazón en Dios haremos cosas que le
glorifiquen a Él y le obedezcamos.
Dios quiere nuestro corazón porque si se lo
damos, Él nos llenará de alegría y guiará siempre a lo mejor.
¿Qué
hará Dios en mi corazón?
Primero lo limpiará de todo pecado. Jesús
murió en una cruz, derramó su sangre y resucitó para darnos perdón de pecados y
limpiarnos de todos ellos. Si recibimos a Jesús en nuestro corazón, Dios
promete aceptarnos como hijos y darnos la vida eterna y estar junto a Él en el
cielo.
Segundo, dará esperanza y gozo de saber que
estaremos por siempre con Él, que nos ayudará en nuestros problemas y nos
cuidará. Estaremos confiados y seguros.
Tercero, nos dará su amor, podremos
experimentar y mostrar amor a los demás de una forma que nunca antes lo
haríamos. Amaremos a Dios mismo, porque su amor estará en nosotros.
Por último, hará su morada en él. Dios no sólo
quiere perdonarnos sino vivir en nosotros, su Espíritu Santo hará su casa en
nosotros y estará por siempre aquí. Desde nuestro corazón podrá ayudarnos a
vencer la tentación y dejar el pecado, entender y amar la Biblia. Nos guiará a
orar y nos mostrará qué hacemos mal y qué ofende a Dios.
Dios quiere nuestro corazón porque ahí está
nuestra vida en sí. Y que mejor lugar es que nuestra vida esté en las manos de
Dios.
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