jueves, 13 de octubre de 2011

Nada que ver con el original


 Por años luche con la incógnita de que si soy o no a semejanza de Dios. ¿en qué sentido?, ¿en lo físico? Pero Dios es Espíritu, no tiene cuerpo. Existe un recurso literario que se llama "antropomorfismo" cuando la Biblia usa una forma humana para describir una acción de Dios, pero en términos que los humanos podíamos entender, como por ejemplo: “los ojos de Dios ven a cada hombre, o sus manos, o sus labios”. Siendo Espíritu, ¿tiene manos, ojos, pies, labios? Definitivamente no, los espíritus no lo tienen, y ya sé te estarás pensando en esos momentos en que Dios se presentó en forma humana en el Antiguo Testamento, bueno eso se llama Epifanía o Cristofanía, cuando Dios se presentó a Abraham. Bueno pero ese es otro tema que lo podemos ver en otro momento.
Otros me han dicho que somos a semejanza de Dios en intelecto, emoción y voluntad. Pero la verdad es que yo pocas veces pienso y siento o decido como lo haría Dios. ¿Cuál es la razón? Bueno hay un principio de estudio bíblico que dice: “toda pregunta sobre la Biblia se responde con la misma Biblia”.
Lean este versículo:

Génesis 5: 1   Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo.

Bueno hasta ahí es lo mismo de siempre, sigo con mi lucha por entender en qué me parezco a Dios. Pero vean lo que dice un poco más a delante:

Gén 5:3  Y vivió Adán ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set.

Aquí revela algo tremendo que me quita la duda en cuanto a este tema. Dice que Adán engendró un hijo conforme a “su semejanza e imagen”.
¿Cuál es la diferencia entre este versículo 3 y el 1?
Que el hombre ya había cometido pecado y no podía producir un hijo a semejanza de Dios sino de Adán, un hombre pecador, alejado de Dios, ya no tenía la santidad y pureza con que fue creado por Dios al comienzo. Su hijo Set y todos nosotros somos a imagen y semejanza de Adán, el pecador.

En el libro de Romanos dice que la desobediencia entro por un hombre, Adán, y pasó a todos los hombres, lo mismo que la muerte y el pecado, por cuanto todos somos pecadores. El mismo libro declara que somos separados de Dios y que el pago que recibo por haber pecado es la muerte.

Pero gracias a Dios, Jesús vino a restablecer todo lo que el hombre dañó con su pecado:

Rom 5:17  Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.
18  Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.
19  Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
20  Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;
21  para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.

¡Qué maravilloso pasaje! y ¡qué alivio para mí! Jesús hizo posible que yo pueda volver al diseño original. Al morir en una cruz para pagar mi culpa, al resucitar de entre los muertos y vencer a la muerte, me dio el privilegio y la oportunidad de reconciliarme con el Padre y no solo eso, sino que también me hizo parte de su familia, un hijo de Dios.

1Jn 3:1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
2  Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

Es aquí donde toda duda se disipa y nace una nueva forma de ver y comprender mi vida e identidad. Ahora que somos hijos de Dios, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es. ¿Te das cuenta? Ahora sí puedo pensar, sentir y actuar como Cristo, por su obra en mí.
¡Gracias Dios por tu grande amor y misericordia!

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