domingo, 30 de octubre de 2011

Con los oídos limpios



Hace un tiempo atrás, mi hijo Ariel tuvo una serie de complicaciones con su oído, sufrió de frecuentes cuadros de otitis, esto provocó que un líquido espeso como pus se quedara en su oído medio; la consecuencia: comenzó a perder audición. Poco a poco nos dimos cuenta que no escuchaba bien, tenía que subir el volumen del televisor y cuando le decíamos algo nos decía la típica pregunta: ¿qué? Y realmente era irritante repetir una y otra vez las cosas, pero no sólo para nosotros sino también para él; porque se sentía mal, ya que no escuchaba y no entendía lo que les decían.

Luego de varios exámenes médicos, lo más recomendable fue hacerle una cirugía y colocar unos tubos de ventilación en el oído medio. Casi inmediatamente la hipoacusia desapareció y volvió a escuchar, hoy escucha perfectamente y creemos con Esther, mi esposa, que a veces escucha más de lo que debería.

Pero aprendí algo de todo esto. Cuando hay una infección, algo que contamina tu oído no te deja escuchar bien y si el problema persiste y no lo corriges hasta puedes perder la audición en gran manera.

Creo en lo personal que en nuestra vida cristiana pasa algo parecido, a veces hablo con personas que me dicen: “yo no puedo escuchar a Dios”, “creo que Dios se olvidó de mí”, “no sé para qué orar si Dios no me responde”. Con la experiencia de mi hijo, no creo que estas personas estén mintiendo o exagerando, ellos realmente no escuchan la vos de Dios; oran pero no perciben respuesta alguna. Pero no es porque Dios no les responde, sino porque algunos de ellos tienen tapado los tímpanos con infección.
Una vez en una campaña evangelística en las costas del Ecuador, estuve con un doctor un cirujano maxilofacial, toda una eminencia en la medicina, quien dio una conferencia. El Doc T, como le decíamos, dijo una frase que me quedó grabada en la mente: “toda infección es quirúrgica, no puedes solamente dar antibióticos, en algunos caso la única solución es sacar la pieza infectada”. Él hablaba de odontología y un diente infectado necesita ser extraído o ser tratado quirúrgicamente. Bueno no soy médico, no soy odontólogo, pero algo aprendí. Que cuando hay algo malo en ti debes quitarlo, porque si no vas a seguir enfermo.

Volviendo al tema de escuchar a Dios, quiero hacer referencia a dos pasajes en la Biblia que para mí pueden explicar por qué algunos no escuchan a Dios.

La primera se encuentra en el evangelio de Juan

Jua 10:27  Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,

Jesús nos da una pista de por qué alguno no le escuchan. “Porque no son sus ovejas”, algunas personas no pueden escuchar a Dios porque no les pertenecen, nunca fueron comprados con la sangre de Cristo, nuca pidieron a Dios perdón por sus pecados, ni fueron hechos de la familia de Dios.

El otro grupo de personas que no escuchan a Dios, que son sus hijos, pero que no le escuchan es porque quizá tengas cosas en sus cabezas que les están infectando el oído. Pensamientos humanos, ideas del mundo, música que apela a su pasiones, ideas que Satanás trae a sus cabezas para distraerlos del llamado de Dios que a la larga se convierten en verdaderas infecciones y necesitan ser drenadas. Estas infecciones te debilitan tanto, te quitan tanta energía y vigor, que no tienes tiempo ni ganas para hacer lo que Dios te pida, y estás tan embotado que no puedes escuchar lo que Él te dice.

El otro pasaje que te quiero mostrar es el de 1 de Samuel, cuando Dios llama a Samuel, dice que lo llamó en un momento en que la lámpara de Israel se estaba por apagar, cuando la gente ya no recibía Palabra de Dios, aun cuando, Elí, el sacerdote ya no escuchaba a Dios. Bueno él no quería escuchar a Dios porque tenía una infección, el amor por sus hijos.

1Samuel 3:4  Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí.

Pero este adolescente Samuel escuchó al que lo llamaba y estaba dispuesto a obedecer, dijo: Estoy aquí Señor, que quieres que haga. Toda la vida de Samuel se caracterizó por hablar con Dios y escucharlo, toda su vida fue marcada por una vida de obediencia, de andar con el Padre. Samuel podía escuchar a Dios, podía atender a su voz, hacer su voluntad. No había cosa alguna en él que estorbe en su comunión. Tenía los oídos limpios.

Y tú, ¿necesitas un otorrino? Estás escuchando a Dios, tienes esa sensación de que no estás escuchando a Dios; Él te habla todos los días, puede ser que no lo sientas porque tus oídos deben estar tapados. Hazte un examen y limpia tu vida.

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