martes, 17 de enero de 2012

El pez cae por la boca

Me encanta la pesca, creo que es de familia y se lo estoy trasmitiendo a mi hijo Ariel, a quien también le gusta mucho ir a pescar. Ambos tenemos una de esas cañas semi profesionales, y en varias ocasiones pudimos pescar muchos peces en el mar.

La gran mayoría de peces mueren por su boca, o sea, siguen la carnada, se la comen, muerden el anzuelo y por lo tanto son pescados. Otros sólo se los puede pescar con redes o algún otro sistema de pesca, pero no se tragan ningún anzuelo. No soy experto en esto, pero algo aprendí.

La última vez que fuimos a pescar, estuvimos en la costa del Ecuador en un lugar que se llama el Puerto del Moro. Josué, un gran amigo y compañero de ministerio, nos llevó a ese lugar. Pudimos sacar pocos peces pero Josué sacó uno de esos que parecen de pecera, era pequeño, plano y de color; lo curioso es que no lo enganchó por la boca sino por el costado, cuando recogía la línea, prácticamente lo atravesó con el anzuelo, pobre pececito.

Se estarán preguntando ¿a qué quiero llegar?, bueno, al hecho simple que como dice el dicho: “el pez cae por la boca”, nosotros también somos presos de nuestros dichos. Cuando decimos cosas, nos comprometemos, aseguramos algo que no sabemos en realidad o damos opiniones sobre otros; muchas veces caemos por nuestras propias palabras. Las personas que tratan de mentir y ocultar algo, en algún momento se contradicen y cuando menos lo piensan se ven descubiertos por algo que dijeron. Los que tratan de ocultar su amor a alguien, se les nota por la forma de hablar de quien están enamorados. En fin, las personas somos como los peces, caemos por nuestra propia boca.

Elifaz, uno de los amigos de Job, dijo una gran verdad:

Job 15:6  Tu boca te condenará, y no yo;
 Y tus labios testificarán contra ti.

En pocas palabras, tarde o temprano vas a tener que cosechar lo que sembraste con tus palabras. Lo que digas, no importa si es bueno o malo, llegado el momento te dará su paga, si son cosas buenas, recibirás honra; si son malas, las consecuencias propias del caso. Pero tu propia boca te condenará.

A veces decimos cosas simplemente por no quedarnos callados. Realmente no sabemos nada del tema, pero para no mostrar ignorancia decimos algo que revela nuestra insensatez. Otras veces como no hay nada de qué hablar, comentamos algo de alguien y podemos dañarle con una murmuración o chisme y mostramos lo poco fieles que somos, y pecamos. El libro de Proverbios dice: “aun cuando el necio calla pasa por sabio”.

Es mejor medir nuestras palabras,  pesar lo que vamos a decir. Creo que el 80 % de los problemas entre personas es por algo que dijeron, por la forma de expresarlo o por lo que interpretó el que lo escuchaba. Hijos enojados con sus padres, padres ofendidos con sus hijos; esposos peleados, pastores heridos por los hermanos; hermanos resentidos con los pastores por algo que dijo desde el púlpito. Mucha razón tuvo el Señor al decir por medio de Santiago, que la “lengua es como una pequeña chispa que puede quemar un bosque”.

En este día trata de no ser como el pez que muere por su boca, que tus palabras no te condenen, que puedas estar libre de los lazos que caen sobre nosotros por lo que decimos. Controla tu lengua, no mientas, no exageres; no des una opinión de algo que no sabes. Que tus palabras sean sazonadas con sal, que glorifiquen a Dios y que otros quieran escuchar lo que tengas que decir. Recuerda que a veces “calladito te ves más bonitos”.

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