Creo que todos nos hemos preguntado esto alguna vez, o quizás: ¿Cuándo
moriré?. Pareciera que la muerte es un enigma para el hombre que llama tanto su
atención como lo llena de miedo. Existen películas sobre ella, canciones,
libros, personas que aseguran hablar con lo que ya no están (claro que sabemos
que es un engaño). Algunos tratan de desafiar a la muerte diciendo que no van a
ser alcanzados por ella. Otros la veneran, le rinden culto y le hacen fiesta
como en México.
Jerome Irving Rodale: fundador del movimiento pro alimento biológico y editor, vaticinó en una entrevista en 1971 que viviría hasta los 100 años. Murió pocos días después, de un ataque al corazón, a los 72 años.
Nadie
tiene la vida comprada. Dios nos advierte sobre este tipo de pensamientos, el
creernos capaces de controlar o retener nuestras vidas.
Eclesiastes 8:8 No hay hombre que tenga potestad sobre el
espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte; y no
valen armas en tal guerra, ni la impiedad librará al que la posee.
Nadie puede determinar el día de su muerte, pareciera que tuviera alma
propia, que la muerte es un ser que busca a quien devorar. Dios le dio esa
autoridad cumpliendo así su propósito. La muerte es el juicio por mi pecado.
El Señor Jesús contó una parábola sobre un hombre, que como Joreme
Irving, planificó vivir mucho, pero no temió a Dios y el epilogo de su vida fue
INSENSATO.
Lucas 12:20 Pero Dios le dijo:
Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién
será?
Pero tranquilo, hay esperanza. Todo aquel que deposite su fe en Cristo Jesús,
todo aquel que cree en que Él vino al mundo, entregó su vida en rescate por
nuestros pecados, y que resucitó para darnos vida eterna no debe temer a la
muerte. Después de todo, la muerte será sólo el traspaso a su presencia. Jesús
fue el único que supo cuándo y dónde iba a morir, lo predijo una y otra vez, y
enfrentó a la muerte porque sabía que morir significaba la vida para mí. Él cruzó
el valle de la muerte para darme vida eterna, Él sufrió el frio de una tumba
para darme calor de hogar en la familia del Padre celestial.
Sí, es cierto, no podemos tener el control del día de nuestra muerte,
pero sí la seguridad de dónde nos iremos cuando muramos. Gracias Dios por darme
la salvación y vida eterna, gracias Padre por hacer que la muerte en mí sólo
sea la forma de llegar a ti. Gracias Jesús por ocupar mi lugar y pagar el
precio de mi pecado, gracias por vencer a la muerte y traer vida. Amén.
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