lunes, 23 de abril de 2012

¿Estás dispuesto a confiar?


Siempre decimos confío en Dios, pero muchas veces es una frase armada como la del saludo: “sí, todo bien”. A veces tratamos de aparentar cierto nivel de espiritualidad o creemos que debemos ser el tipo de personas que nunca sienten miedo. Pensamos que de esa manera estamos agradando a Dios o no le estamos defraudando. Pero en muchas ocasiones es sólo una mentira que nos hacemos a nosotros mismos, un autoconvencimiento.  

Todo sería más sencillo si reconociéramos nuestra debilidad si dijéramos lo que realmente sentimos, nuestras frustraciones y nuestra falta de fe. De esta manera podríamos disfrutar más de Dios, de su gracia, consuelo y fortaleza. El apóstol Pablo contaba de la respuesta a sus oraciones:

2Co 12:9  Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
10  Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Cuando reconozco que soy débil y que necesito de Dios estoy listo para recibir su gracia. Poco a poco se llenará mi vaso y sabré cuán poderoso es Él.
¿Recuerdas al padre del joven endemoniado?

Mar 9:14  Cuando llegó a donde estaban los discípulos, vio una gran multitud alrededor de ellos, y escribas que disputaban con ellos.
15  Y en seguida toda la gente, viéndole, se asombró, y corriendo a él, le saludaron.
16  Él les preguntó: ¿Qué disputáis con ellos?
17  Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo,
18  el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron.
19  Y respondiendo él, les dijo: ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo.
20  Y se lo trajeron; y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos.
21  Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño.
22  Y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos.
23  Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible.
24  E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.

El problema no está en el poder de Dios, sino en si creo o no en que Él puede hacerlo. Pero quizá deba reconocer como este atormentado padre: “ayuda mi incredulidad”. Este hombre pudo ver el poder del Cielo, el amor de Cristo y la gracia de Dios derramada sobre su hijo porque reconoció que necesitaba más de Dios.



No tengas pena de decir: no sé, no puedo, no tengo fuerzas o me falta fe. Dios te conoce y Él podrá ayudarte si te humillas ante Él.

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