martes, 28 de febrero de 2012

Simplemente un toque


Me hubiera gustado estar allí. Ver esas calles polvorientas, el bullicio de la gente agolpada por ver al Maestro, sentir la adrenalina recorrer todo el cuerpo hasta que se ponga la piel de gallina al ver un milagro. Alabar con el resto de personas el Nombre de Dios, sentir de alguna forma el toque de Dios.

Me pregunto si hubiera reaccionado como la multitud hambrienta por un poco de pan o como uno de los incrédulos fariseos. Al ver los relatos bíblicos vemos a grupos divididos, algunos alabando y otros criticando; vemos a humillados pidiendo ayuda, sabiendo que venía de parte de Dios, que era el Mesías y también a soberbios y altivos que amaron más sus riquezas y posesiones, sus posiciones de privilegio y jerarquía. Pero al mismo tiempo a otros como Leví, que dejaron todo, para seguir al Maestro.

Al leer los evangelios puedo ver la compasión del Señor, no sólo por que Él tenía poder y ellos necesidades, sino que veo que realmente era o es un hombre compasivo, un Dios lleno de misericordia; se preocupaba de detalles que otros quizás, en su carrera por el asenso en su ministerio, no se darían cuenta o no prestarían atención. Jesús estaba pendiente del hambriento, del sediento y del cansado, temía que puedan desmayarse al estar lejos de sus casas o de algún lugar donde puedan comprar algo para comer. Tenía cuidado de sus discípulos y los llevaba a lugares apartados para que se distraigan o descansen de la multitud, se adelantaba a tener alimentos para un grupo de obstinados pescadores después de un larga noche sin tener éxito. Siempre pensaba en todo, se podría decir que siempre iba un paso adelante.

Esto me llena de consuelo y confianza al momento de enfrentar nuevos desafíos, luchas y trabajos. Veo que las cosas no suceden por casualidad sino que Dios se adelanta y tiene a gente preparada para que salga a mi encuentro antes de que yo comience el día. También debo reconocer que muchas veces me olvido de esto y peco por desesperado, impaciente y falto de fe. 

De verdad me hubiera encantado estar allí en el momento que Jesús pasó por ese camino, quizá me encuentre subido a un árbol o junto a un poso, quizá en la orilla del mar o en el templo a la hora de la oración. Me hubiese gustado cruzármelo en el camino y estoy seguro que me reconocería, que me saludaría por mi nombre y con tantas necesidades y heridas en mi corazón estoy seguro que sería objeto de su atención. Un solo toque, simplemente uno hubiera sido necesario para sanarme. Pero hoy puedo tener más que eso, quizá la viuda volvió a casa con su hijo resucitado, quizá la mujer que sufría de constantes enfermedades después de tocar su manto volvió a su casa sana; por tú y yo podemos tener su presencia en nosotros todos los días de nuestra vida, hasta que Él vuelva, hasta que nos venga a buscar y estemos para siempre con Él. Yo no me quedo sólo con su toque, sino que su Espíritu en mí, con su guía y su abrazo día a día. Cómo no estar agradecido por su presencia en nosotros en vivir este tiempo de gracia.

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