Cada domingo vamos a la iglesia; no importa el clima, el cansancio o los compromisos familiares. La gran mayoría, de los que nos decimos cristianos, vamos a la iglesia. El porcentaje que no asiste muchas veces es porque tiene trabajo, está enfermo o en algunos casos, por pereza y falta de comunión. Pero en fin, casi todos los creyentes vamos a una iglesia el fin de semana. La pregunta es: ¿a qué?, a ver a los amigos, a cantar, a predicar, para no ser juzgados o que no me llame el pastor en la tarde.
Quizá uno vaya porque es una costumbre, santa
costumbre. Sabe que es algo bueno, le gusta y cree que de ese modo está
agradando a Dios y esto realmente tiene cierta verdad y valor. Estos son los
aspectos secundarios de ir a una iglesia. Alguien podría decir: “yo voy porque
quiero aprender de Dios”. Y está muy bien.
¿Cuál es la razón por la que vas a la iglesia?, ¿vas a
llevar tu ofrenda, ya sea en dinero, esfuerzo o adoración?, ¿vas porque quieres
que te vean como un hombre fiel?. Cualquiera sea tu razón, no escapa a los ojos
de Dios; Él sabe perfectamente por qué vas, cuál es tu corazón, cómo son tus
sentimientos, sabe lo que estás pensando y sintiendo en este preciso momento,
lo sabe todo. Y por eso nos recomienda lo siguiente:
Eclesiastés 5:1 Cuando
fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para
ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal.
Cuando vas a la iglesia ¿vas con un corazón dispuesto
a ser confrontado con la Palabra de Dios?, debo incluirme en el grupo de los
que pocas veces vamos con esa actitud, pues la gran mayoría de nosotros, vamos
para hacer tantas cosas en la iglesia que muchas veces dejamos de oír a Dios. Nos
enfocamos en las canciones, en el ministerio que debo desarrollar y en cómo
estuvo la prédica; que dejamos de escuchar la voz de Dios. Los necios hacen eso
y no se dan cuenta que hacen mal.
Hubo un fariseo que se paró delante de Dios y decía: “gracias
Dios porque no soy como este hombre pecador”. El publicano ni se atrevía a
mirar al cielo porque sabía que había pecado. Dos hombres ante Dios, pero sólo
uno volvió justificado a su casa. Jesús dijo a Marta: “estás demasiado preocupada
con los quehaceres que no aprovechas el tiempo para estar conmigo, María escogió
la mejor parte”, ella estaba sentada escuchando al Maestro.
Cuando voy a la casa de Dios, debo disponer mi corazón
a escuchar la voz de Dios y no a hablar tanto, a dejar que Él me comunique su
verdad y no aturdirlo con tantas canciones. A esperar ansioso, qué es lo que
quiere que yo haga y no decirle lo que quiero que Él haga por mí. Acerquémonos
para oír más que para hacer. Dios siempre tiene algo que decirme y yo siempre
tengo algo que cambiar.